Cuando tienes que hablar ante una audiencia, sean tus compañeros de departamento, tus jefes o tu familia y amigos en una celebración, el arma más poderosa para conseguir enganchar con el público y hacer que tu discurso sea recordado es, sin duda, el humor. Como todo arma de fuego, el humor es tan potente como peligroso. Si lo usas de forma inadecuada puedes hacer un daño irreparable a tu mensaje y a tu imagen.
Cuando hablo de emplear el humor en la comunicación en público no me refiero a contar chistes o tratar de ser el ponente más ingenioso y más gracioso. En la comunicación en público el humor es una herramienta más para adornar y embellecer el discurso. Y como toda herramienta, hay que aprender a usarla de la forma más eficaz posible.
Hay que tener siempre presente que lo importante es que nuestro mensaje llegue al público. No buscamos provocar una carcajada en los que nos escuchan. Eso es trabajo del monologuista. Los cómicos tenemos que conseguir risas cada quince o veinte segundos. En oratoria es distinto: nuestro propósito es hacer llegar nuestro mensaje de la forma más clara posible. Para ello, tenemos que conseguir que el público nos preste atención, tenemos que entretenerles.
Hace no mucho vi Tarde de lluvia en Nueva York, de Woody Allen. Es una buena comedia, y aunque no me reí a carcajada limpia, vi toda la película con una sonrisa permanente, con una sensación de placer continuo, totalmente entretenido. En lugar de hora y media, tuve la sensación de que la película duró quince minutos. Algo así deberíamos conseguir cuando hablamos en público y empleamos el humor: hacer que los que nos oyen nos escuchen sin esfuerzo y al terminar piensen «¿ya ha terminado?»; «qué agradable es escuchar a esta persona»; «quiero ser su amigo».
Para hacer que tu presentación sea amena y entretenida no hace falta tener un don especial e innato. La espontaneidad y el humor en la comunicación en público se puede entrenar. Tiene una técnica que se puede enseñar, practicar y aprender.